La felicidad

El otro día andábamos discutiendo los conceptos de placer y felicidad en uno de los grupos de charlas a los que acudo. Aplicado al contexto en el que lo analizábamos, afirmaba la escritora argentina Cecilia Absatz que “el placer es comer un chocolate, la felicidad es bajar de peso”.

Por supuesto que no espero que estéis de acuerdo conmigo. Yo sí estoy de acuerdo con esa idea en el marco en el que se aplicó. Estamos hablando de una clínica de adelgazamiento donde se combinan psicología, nutrición y medicina, grupos de terapia y mantenimiento. Todos los asistentes a la charla son pacientes que hemos elegido estar allí. Así es que no espero que gente en su peso, gordos felices y público ajeno a la “secta” (como la denominamos algunos con cariño), coincidan en este juicio. Otro día si queréis os cuento por qué la llamamos así. Hasta tenemos gurú.

Ya me estoy justificando. Es que soy la hostia. La cabra tira al monte.

Pero a lo que iba. La felicidad depende mucho de tu estado. Y ya está. Por supuesto que tienes que tener cubiertas una serie de necesidades mínimas. Pero no estoy hablando de eso. Hablo de momentos en los que, con los mismos parámetros y condiciones, uno se siente el rey del Universo o no llega siquiera a la cagarruta pisada y pegada en la suela de dicho rey.

Y ahora estoy en el primer momento. Ni soy omnipotente ni lista, ni guapa, ni buena persona, ni lo sé todo ni lo tengo todo. Pero soy feliz. Y ya está.

Para ser desgraciada puedo buscar mil excusas: que no me siento realizada en el trabajo y no se me deja respirar, que tengo una edad para pensármelo y puede que este embarazo tampoco siga adelante, que tengo a la familia lejos, que los vecinos de abajo (hola Villamonguer) hablan como si todos estuvieran sordos (y al Monguerhijo ni se le entiende porque no vocaliza), que tengo el coche hecho polvo pero no puedo llevarlo a arreglar, que van a tener que hacerme obra en la cocina después del pastizal que pagamos por culpa de algo que la comunidad nos quiere encasquetar, que que que…

Para ser feliz puedo buscar mil razones: que tengo trabajo y está bien de condiciones, que tengo una edad en la que veo las cosas con perspectiva, que tengo una hija maravillosa, que a mi madre casi mejor tenerla un poco lejos, que los vecinos de abajo no son mala gente (o eso parece por ahora), que tengo un coche y el jevi POR FIN tiene carné, que todo pasa, hasta las obras…

¿Sabéis lo que quiero decir?

Estoy de reposo obligado. No me gusta hacerme de comer, echo de menos el comedor del curro donde todo me lo dan hecho. Me aburro. Soy demasiado extrovertida como para estar todo el día tumbada en casa. Pero estoy aprovechando para leer todo lo que puedo y estoy DISFRUTANDO. Me siento querida y mimada por las compañeros de blogosfera, por los twitteros, por los amigos y compañeros de trabajo que me llaman para darme ánimos.

Y he descubierto otra cosa que me ha sorprendido mucho: que ya sé estar sola. Que ya me gusto, con mis defectos. Pero que ya no me angustia estar sola sin saber qué hacer y con mis pensamientos. Hoy me he salido a la terraza. El jevi fue a comprar el domingo una mesita y dos sillas para que me dé el aire en esta reclusión forzosa. Y me he sentado a mirar el paisaje, al fresco, con mi café, junto a la jenízara de la Piticli tróspida. Veía un trocito de sierra, oía a los pájaros, pasaba un avión muy alto, algún coche, voces de niños. Se ha hecho de noche. Respiro el aire limpio. Ya no hay gritos ni calles estrechas ni me ahogo en el antiguo barrio. Las lucecitas aparecen entre los árboles. Piticli hace chirrí chirrí muy suavito.

Y soy feliz, qué puñetas, soy feliz.

Comentarios

  1. Joer, cómo me ha gustado este post. Comparto cada línea y me ha encantado la última frase. Lo siento, no sabía lo del embarazo, pero creo que sabes que tienes todo mi ánimo y mis mejores deseos :)

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  2. (Olvide la instrumentación retro):

    http://www.goear.com/listen/b1deab2/la-felicidad-roque-narvaja

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  3. Y bueno. Aunque virtual, déjeme que le mande un abrazo.

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