Cuando morí
"Cuando murió mi padre..."
Parece una frase de novela, pero no. Es una sentencia (de muerte) cerrada y completa porque no tiene revés. Cuando murió mi padre, como iba diciendo, la mezcla de ideas y sentimientos era un coctel imposible de sensaciones abstractas. O no sé cómo llamarlas. Sensaciones fuera de la realidad pero tan tangibles. Todo se dio la vuelta y perdí hasta la noción de identidad. No ya del tiempo, que pareció ir hacia atrás y, a ratos, hasta detenerse. Mi padre era yo y yo era mi padre. Como si de repente a mi persona le faltara un trozo que la definía. Mis ojos mirándome desde la foto de su comunión, su boquita apretada como la mía a una edad parecida. Y en sus/mis ojos el pensamiento. Saber qué pensaba en esa foto porque lo pensaba yo. Con sus manitas asiendo el librillo, de blanco.
Papá, yo eres tú. Sobre todo en esa foto. Pero cómo y por qué ya no estoy si sigo estando. Si soy yo la de la foto pero ya no estoy, pero ya no estamos. Como si se hubiera apagado un pedazo de mí misma y ya no supiera quién soy o justificar mi presencia. Tú no podías irte porque estabas en mí pero a la vez estaba el hueco horrible. El de no saber cómo celebrasteis ese día de comunión, el tacto de tu perra, el placer de los corales, los avatares del estraperlo, el mar en la piel.
Sentir que somos la misma persona, yo que tanto me he enorgullecido siempre de nuestros defectos y virtudes. Del despiste que nos hace tantas putadas, de ser demasiado confiados, de la extroversión, de creer que todo lo que viene es bueno, la intolerancia a la frustración y los caprichos. La pasión por la tecnología, el ansia por aprender.
Pero no somos la misma persona. Me ha costado mucho entender que no he muerto yo también y que me arrastraba nuestra identidad común. Me ha costado entender que es justo lo contrario. Que estas vivo en mí porque eres parte de mí para lo bueno y lo malo. Genética y emocionalmente. Que este cachito de corazón renegrido que se me ha muerto es que he envejecido, pero solo un poco, porque me faltas tú. Pero que este mismo rincón es negro de esponja y amor donde atesoro tus/mis ojos, nuestro olor y nuestro dolor.
Descansa en paz, papi. Descansa dentro de mi pecho, entre las costillas, iluminando mis días. Porque vives en mí. Y yo en tu nombre.
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