La Aloeicida

Una vez la Malaputa me regaló una planta. Yo no sabía qué hacer con ella. Ni entendía por qué me la había traído. Es verdad que eran “hijos” de su aloe y que también le había traído otros a las demás, pero sigo sin comprenderlo. Si me odiaba, si me hacía la vida imposible, si buscaba la mínima ocasión para hacer daño ¿por qué tener un detalle bueno conmigo? Supongo que por aparentar que nada tenía en mi contra.

Pobre aloe. Él no tenía culpa de nada. Pero yo me negaba a cuidarlo. Lo dejé en casa y no volví a ponerle la vista encima más que para certificar su defunción y tirarlo a la basura.

Al cabo de un tiempo me preguntó por él. No veía por qué mentir, le dije que se me había secado, que no tengo mano para las plantas. Y me trajo otro.

Y también lo dejé morir. Como en “Cría cuervos”, si por casualidad se topaban mis ojos con él, recitaba: quieroquetemuerasquieroquetemueras. Ni agua ni luz ni pena. Era una puta planta, por favor.


Sin embargo, escribo esto. Pobre aloe. Pobre

Comentarios

  1. Al final, como en todas las historias en esta vida, pagan justos por pecadores. Porque la señora era mala como la tiña, pero la planta, qué culpa tendría.

    Igual y rozando la malicia pura, igual te la regaló para que te sintieras fatal porque se te morían las plantas. Otra cosa más. Ni siquiera de eso eres capaz. Esas mierdas que se te meten en la cabeza.
    Yo soy cantidá de buena, pero si fuera mala, sería la peor.

    Se me cuide, señora mía.
    Besos.

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  2. Si no quieres la planta y no quieres decirle que no la quieres, tírala nomás tengas ocasión. ¿Pa qué la quieres en casa? Sólo te trae mal rollo. No la tengas.

    Besos.

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  3. ¡Cómo eres! Dile directamente que no quieres más aloes.
    Igual se piensa que te hace un favor regalándotelas...
    Besos!!

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  4. Afortunadamente, esto hace años que sucedió, sólo que es ahora cuando puedo contarlo.

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