De ángeles caídos, del miedo a volar.
Te he mentido. A lo mejor por eso ya no somos nada. Porque cómo voy a estar ahí para recogerte si caes, si tú ni siquiera me dejas rozarte con los ojos. Yo te digo que sí, pero qué tontería, sabes que no es cierto. Y yo sé que no me cuesta nada vomitar palabras que no son más que aire.
Aún así, intentaría amortiguar la caída con mi cuerpo. Sólo si me dejases. Pero a veces, las más, no es cuestión de querer, sino de que no venza la impotencia y nos pegue esa guantada sin mano que tan bien sabe dar.
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